martes, 25 de enero de 2022

CIUDAD DE BUENOS AIRES

ARBOLADO URBANO.


LA RESPONSABILIDAD CIUDADANA COMO BASES DE SU PRESERVACIÓN.

“Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo.”

Escribe: GUILLERMINA BRUSCHI. 

Por Basta de Mutilar Nuestros Árboles. Integrante de Vecinos Unidos Comuna 11 y Una Plaza para Villa Santa Rita.



Esta frase de Haroldo Conti al inicio de su cuento “La Balada del Álamo Carolina” (1) expresa muy acertadamente lo que significa y representa un árbol añoso. Y no nos referimos aquí a sus numerosos e irremplazables beneficios para el ambiente y la salud pública (2), sino al tiempo que un árbol condensa en su ser, porque no podemos olvidar que ante todo, un árbol es un ser vivo que nace, crece, se reproduce y muere.
En su lentísimo desarrollo, desde semilla a ejemplar añoso, el árbol condensa la historia. No solo la historia social, sino también la historia individual. Basta con pasar delante del Aguaribay del Perito Moreno en la Plaza del Instituto Bernasconi, plantado en 1872 y acariciar una de sus hojas imaginando que Moreno, probablemente haya hecho lo mismo allá por el 1900 o tal vez antes. O la Magnolia de Avellaneda en el Parque tres de Febrero, o el Ombú de la Recoleta. O, yendo más lejos, el Alerce “El Abuelo” en el Parque Nacional Los Alerces en la provincia de Chubut, que con más de 2600 años fue semilla cuando todavía no habíamos comenzar a contar los años de nuestra era.
No hace falta recurrir exclusivamente a ejemplares tan icónicos. Basta con pensar en un árbol de unos 60, 80 o 100 años, como muchos de los ejemplares de alineación de nuestra Comuna. ¿Cuántas cosas pasaron mientras ellos crecían?
Por eso, los árboles de nuestras veredas, sea cual sea su especie, son testigos de nuestra propia historia. De la historia del barrio, de cada cuadra, de cada casa. Son parte esencial de nuestra identidad y cultura. Llevan en su ser el tacto de las manos que lo plantaron y lo regaron, los gritos de los niños que se escondieron tras su tronco, los cantos de los pájaros que anidaron en sus ramas. El perfume de las flores de cada primavera, los pasos apurados de los jóvenes que vibraron en sus raíces y los más lentos de los ancianos que buscaron un rato del cobijo de su sombra.
Cada árbol añoso es una “caja” que conserva el tiempo que pasó y es, también, una batalla ganada al tiempo que vendrá.
Un follaje frondoso permite mitigar el aumento de temperaturas en un contexto tan preocupante a nivel climático. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) nos recordó que nuestros esfuerzos por garantizar hacia fin de siglo un aumento global de temperatura de 1.5 grados (o incluso 2) “será un objetivo inalcanzable” (3). Y las olas de calor cada vez más fuertes nos los repiten a cada rato con crisis energéticas que está golpeando duramente a nuestros barrios.
Bajo estas condiciones no podemos esperar 60, 80 o 100 años para que nuevos ejemplares logren copas frondosas. Estamos en una carrera contra el tiempo en la que no podemos darnos esos lujos. Por eso, cada año de un árbol añoso es un tiempo de descuento para nuestra calidad de vida presente y futura.
En nuestra Comuna se retiran 700 ejemplares al año según los pliegos de licitación vigentes (4), casi todos de gran tamaño. La mayor parte de las extracciones se debe a razones que no justifican esa irrecuperable e irremplazable pérdida. Que un árbol “esté enfermo”, que cause “molestias” en propiedades privadas o comunes, que “ensucie”, que albergue “insectos o roedores” entre muchos otros argumentos cotidianamente formulados, no son causas justificadas para que los funcionarnos decidan quitárnoslos. Todas estos motivos son solucionables, tratables y mejorables con el árbol de pie. La muerte del ejemplar y el tiempo que se lleva con él no son cuestiones que puedan “reemplazarse” o “reponerse” aunque el marketing quiera hacernos creer lo contrario.
La mayor parte de estas prácticas contrarias a las recomendaciones de expertos y Organismos Internacionales, comienzan con el pedido de un vecino. Por eso, es importante recordar que desde el punto de vista ambiental, histórico, social, cultural, patrimonial, identitario y desde la salud pública, un árbol es un bien común que se debe preservar, proteger y respetar. Los árboles son reflejo de las generaciones que pasaron, patrimonio de las presentes y legado para las que vendrán.
Queda entonces una pregunta latente: ¿Por qué seguimos perdiendo follaje irrecuperable? Por el lado de los funcionarios, ¿podríamos decir que porque no priorizan el bien común sino los intereses mercantilistas y sus carreras políticas? Por el lado de los ciudadanos, ¿por desconocimiento o porque, también, el bien común ha quedado relegado muy por detrás del interés individual? Yendo un poco más lejos y con una mirada más general, ¿será porque se ha perdido el sentir comunitario, la empatía, la sensibilidad y el respeto por la naturaleza…?

“…Después el hombre, que parecía tan viejo como el viejo álamo carolina, se sentó al pie del árbol y se recostó contra el tronco. Al rato el hombre se durmió y soñó que era un árbol”


Haroldo Conti. “La Balada del Álamo Carolina”. Haroldo Conti. 1975.

ONU Habitat. “7 grandes beneficios de los árboles urbanos” https://onuhabitat.org.mx/index.php/siete-grandes-beneficios-de-los-arboles-urbanos

ONU Cambio Climático. Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) https://www.ipcc.ch/site/assets/uploads/2021/08/IPCC_WGI-AR6-Press-Release-Final_es.pdf

Pliego de Bases y Condiciones Particulares de la Licitación Pública para la contratación del “Servicio de Mantenimiento Integral del Arbolado Público lineal o viario y demás Servicios Conexos de las Comunas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires” https://documentosboletinoficial.buenosaires.gob.ar/publico/PE-DEC-AJG-AJG-121-19-ANX.pdf

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