NOTA DE TAPA
SALUD PÚBLICA
A diferencia de las anteriores, esta crisis sanitaria -producida por el coronavirus (COVID-19)- parece haberse transformado en una especie de “cisne negro” para el mundo.
Estamos, según ha declarado recientemente la Organización Mundial de la Salud (OMS) frente a una nueva pandemia mundial por la incidencia de una variante de Coronavirus (COVID-19) que comenzó en China y en pocas semanas alcanzó, en mayor o menor medida, a más de 140 países.
Encuentra a nuestro país en un momento de suma fragilidad económica y enfrentando en paralelo otros brotes epidémicos como el dengue y sarampión.
Desde el Estado se están tomando medidas.
La responsabilidad y solidaridad social son claves para superar la emergencia. La indiferencia y el egoísmo del “sálvese quien pueda” son ingredientes que nos llevarían al colapso.
Estamos, según ha declarado recientemente la Organización Mundial de la Salud (OMS) frente a una nueva pandemia mundial por la incidencia de una variante de Coronavirus (COVID-19) que comenzó en China y en pocas semanas alcanzó, en mayor o menor medida, a más de 140 países.
La OMS es un organismo mundial de la Salud preparado para afrontar estas contingencias. Desde el año 2005 está en vigor el Reglamento Sanitario Internacional (RSI). Cuando una emergencia de salud pública adquiere una relevancia o importancia internacional, se la clasifica como ESPII, es decir, “un riego para la salud pública de los países causado por la propagación internacional de una enfermedad, que exige una respuesta internacional coordinada”.
Frente a la crisis producida por el coronavirus (COVID-19), los países adherentes deben seguir las indicaciones de la OMS para lograr un accionar coordinado que permita el seguimiento de posibles infecciones con los que poder arrojar datos para que este organismo pueda desarrollar una estrategia global contra la epidemia en cuestión.
Desde que se dictó ese reglamento internacional a la fecha, hubo seis emergencias de salud global: la gripe A (2009), la epidemia de poliomielitis (2014), el ébola (2014 y 2019), el zika (2016) y ahora el coronavirus (COVID-19) (2020).
A diferencia de las anteriores, esta crisis sanitaria parece haberse transformado en una especie de “cisne negro” para el mundo, poniendo a prueba los sistemas de salud pública de cada país y su capacidad para enfrentar los casos que se presentan, pone de manifiesto la responsabilidad y solidaridad de cada pueblo, la eficacia de los gobiernos para llevar adelante las medidas de emergencia y la capacidad de la ciencia para dar una respuesta al flagelo. A la par, la economía global se resiente por el cierre de fronteras, el freno productivo y comercial repercute en las finanzas internacionales; y de todo esto aún no podemos imaginar y mucho menos mensurar las posibles consecuencias. Constatamos también que este “parate” mundial tuvo inesperados beneficios para el medio ambiente a partir de la disminución de las emisiones de dióxido de carbono.
Comprobamos una vez más que el planeta ya no es más que una Gran Aldea. La agilidad de los medios de transporte actuales permiten a millones de personas trasladarse día a día desde las más diversas latitudes, aunque esto tiene como contrapartida efectos no deseados, como propagar enfermedades en un lapso muy breve con muy pocas posibilidades de ejercer controles sanitarios efectivos a tiempo.
La tecnología comunicacional permite a los ciudadanos de a pie conocer en tiempo real y minuto a minuto como evoluciona esta patología. Esto que puede ser una herramienta muy positiva para formar conciencia y establecer rápidamente barreras de prevención y protección cuando están las guías y se arman redes de contención con información precisa fidedigna y transparente, también, sin estas condiciones, puede transformarse en un disparador de pánico colectivo.
Cuando el virus comenzó a escalar más allá de la frontera china y hasta tanto la OMS declaró la pandemia, cada país abordó la problemática de manera diferente, ya sea por el grado de atención y acción inicial en la detección y contención de los primeros “casos importados” como en la mitigación cuando los “casos autóctonos” comenzaron a multiplicarse
https://www.abc.es/sociedad/abci-mapa-coronavirus-tiempo-real-202003140911_noticia.html |
Al cierre de nuestra edición podíamos comparar dos ejemplos paradigmáticos.
El caso coreano: Tuvo un número de casos muy sustantivo pero logró controlar la epidemia rápidamente. Esto hizo que el gobierno de este país asegurara… "creemos que hemos creado un nuevo modelo adecuado para una pandemia en un mundo globalizado".
Ellos tomaron algunas medidas que fueron claves: localizar rápidamente los posibles casos y aislarlos para frenar la expansión del virus al resto de la población. Esto se realizó a partir de test masivos y apelando a "las barreras sociales que crearon el distanciamiento social".
Pero este caso tiene ciertas particularidades: un sistema científico y de salud de excelencia mundial; el universo donde se dio el primer brote correspondía a una comunidad religiosa que está relativamente apartada del resto de la población y la autoridad sanitaria tuvo la capacidad de detectarlo y aislarlos a tiempo. Así, la contención y seguimiento fue más sencilla y precisa. La población coreana está sumamente concientizada, guarda en su memoria y tiene como experiencia una epidemia anterior (MERS), algo que contribuyó a que la reacción social fuera muy proactiva.
El caso italiano: Esta en el otro extremo. Luego de más de una década de ajustes permanentes de su economía, Italia tiene hoy un sistema de salud pública bueno pero resentido frente a lo que fue décadas anteriores. Posee una población con un alto índice de adultos mayores, que es sobre los que más gravemente impacta este virus. Parece ser que la autoridad sanitaria de ese país, como de otras del continente europeo subestimaron la velocidad y capacidad de contagio de este tipo de coronavirus. El brote en Italia fue multifocal, las medidas se dilataron y llegaron tarde. Aún no han contenido el brote.
Qué decir de nuestro país…, donde la enfermedad nos encuentra en un momento de extrema fragilidad: un contexto económico muy delicado, vulnerabilidad social de una parte significativa de la población que se encuentra bajo la línea de pobreza y un sistema de salud pública deteriorado producto de años de falta de políticas adecuadas.
Desde el punto de vista sanitario, Argentina además está afrontando en paralelo la epidemia de Dengue, un brote significativo de Sarampión que volvió a aparecer luego de 18 años que no hubiera casos, producto de la relajación en la vacunación del universo de personas que debería estarlo. En el país también reaparecieron la tuberculosis, lepra y sífilis, enfermedades que en algún momento se consideraron erradicadas.
La capacidad instalada ociosa de nuestro sistema de salud -público y privado- previendo que debe cubrir una fase de mitigación de este mal, es muy limitada en cuanto a cantidad de camas (terapia intensiva, intermedia y salas), equipamiento, insumos médicos y disponibilidad de profesionales y auxiliares de la medicina disponibles.
Los gobiernos, nacional y de las provincias, son plenamente conscientes de esto. Y si bien en un primer momento las autoridades sanitarias nacionales no visualizaron con claridad la rapidez con la que se presentarían los primeros “casos importados” en Argentina, por ponderar la cuestión estacional y por estar enfocados en otra epidemia que hasta este momento es mucho más grave en nuestro país, como es el dengue, pronto tuvieron la capacidad de accionar y ajustarse a los protocolos que está dictando la OMS articulando internamente reuniones interministeriales extraordinarias sumando a expertos y a sociedades científicas a la mesa de trabajo conjunta.
Producto de ello, el gobierno nacional elaboró un Plan de Preparación y Respuesta para la Fase de Contención y para la Fase de Mitigación, con directivas específicas a los distintos sectores e instrucciones para la población en general. Dispuso además, 1.700 millones de pesos adicionales para reforzar al sistema de salud en esta contingencia.
Sumado a todo esto, un decreto el Poder Ejecutivo suspendió por 30 días la llegada de vuelos de Europa, Estados Unidos, China, Corea, Japón e Irán, países y regiones más afectadas por la pandemia. Las personas que se consideren "casos sospechosos", hayan estado en zonas alcanzadas por el virus o en contacto con casos confirmados o probables de Covid-19 deberán permanecer en aislamiento durante 14 días. Aquellos que tengan síntomas compatibles con la enfermedad deberán "reportar de inmediato dicha situación a los prestadores de salud, con la modalidad establecida en las recomendaciones sanitarias vigentes de cada jurisdicción". En caso de verificarse el incumplimiento de las obligaciones mencionadas, los funcionarios, personal de salud y autoridades en general que tomen conocimiento de la circunstancia deberán "radicar la denuncia penal para investigar la posible comisión de los delitos previstos en los artículos 205, 239 y concordantes del Código Penal".
En la fase en que se encuentra Argentina, a las medidas gubernamentales es imprescindible sumarle un comportamiento social proactivo que contribuya, con responsabilidad y solidaridad, a cuidarnos entre todos.
Al cierre de nuestra edición, la COVID-19 seguía afectando principalmente a la población de China, aunque había brotes en otros 147 países. La mayoría de las personas que se infectan padecen una enfermedad leve y se recuperan, pero en algunos casos puede ser más grave. Su peligrosidad está en la capacidad de multiplicar los infectados de manera geométrica en un período de tiempo muy corto, este efecto “oleada” es lo que colapsa los sistemas de salud que no dan abasto.
Hasta el momento, a nivel local, había 34 casos (todos importados) y fallecieron dos personas.
Para finalizar, me parece importante una última reflexión. Atravesar esta experiencia nos debería dejar algunas enseñanzas:
Desde el ámbito privado, tanto individual como colectivo, la responsabilidad y solidaridad son claves para superar este tipo de crisis. El egoísmo y la indiferencia del “sálvese quien pueda” son ingredientes que de manera insoslayable nos llevarían al colapso.
Desde lo público, resulta indiscutible contar con un Estado que pueda garantizar la atención necesaria de todos, con recursos humanos y materiales suficientes. Un sistema de Salud Pública, sólido, gratuito y de excelencia, como el que alguna vez Argentina supo tener y deberíamos abocarnos a recuperar, bajo ningún concepto puede quedar sometido a las leyes del mercado y a ajustes fiscales porque eso significa dejar a la población a la deriva independientemente de su condición socioeconómica (el sistema privado no tiene capacidad para dar respuesta en este tipo de contextos extraordinarios) y sacarle el fin que como institución primaria del Estado tiene y hace a su razón de ser: el Bien Común.
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