EL CAMINO DE LA ESPERANZA
Escribe: Lic. MÓNICA RODRIGUEZ
En los últimos años y particularmente en los últimos meses asistimos a una profundización del deterioro del tejido social que parece dividirnos cada vez más. Algunos han dado en llamar a este proceso fragmentación ó profundización de la grieta.
Lo cierto es que nos está ganando una escalada de violencia que se manifiesta de múltiples modos: robos, asaltos, secuestros y asesinatos que día a día destruyen vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera.
Esta violencia cala y está metida en las entrañas mismas de nuestra sociedad, encontrando su máxima expresión en el crimen organizado y el narcotráfico, la inseguridad constante en las grandes ciudades y en las periferias, la agresión de grupos enardecidos como los que se enfrentan en las canchas o fuera de ellas hasta la muerte, la creciente violencia intrafamiliar…
Frente a esto crece el miedo, la impotencia, la indignación y los desbordes, fundamentalmente de los que creen no hallar respuestas y freno a la realidad que les toca vivir.
Y uno se pregunta cuáles son las causas que nos han llevado a esta situación. Son multifactoriales y difíciles de sintetizar en pocas líneas.
Debemos ser conscientes que vivimos en un mundo globalizado cuya dimensión económica es la cara más extendida y ésta pone a la dinámica del mercado a partir de la eficacia y la productividad como los valores reguladores de las relaciones humanas, una concepción que favorece la concentración del poder, de los recursos físicos, monetarios, humanos y de la información en muy pocas manos, traduciéndose en una maquinaria generadora de enormes mayorías de excluidos; una categoría nueva que afecta la razón misma de la vida en sociedad, pues ya no se trata de los que están arriba o los que están abajo, de los que tienen o no poder y riqueza, sino de individuos que quedan absolutamente fuera del sistema.
A esto hay que sumarle que en el orden local faltan políticas públicas coordinadas en los diferentes niveles, sectores y territorios que apunten a la equidad social y a la igualdad de oportunidades, la corrupción en el sector público y privado, la escasa o nula transparencia en la rendición de cuentas a la ciudadanía y una justicia que en muchos casos parece no ser “ciega” porque inclina su balanza según intereses particulares.
Tenemos un Estado que no ha logrado –porque no sabe, no puede o no quiere- plasmar políticas a partir del diálogo, la concertación, la planificación, la coordinación y la gestión con equipos probos.
Frente a esto podemos ofuscarnos, hundirnos en la desesperación, optar por la indiferencia o transitar el camino de la esperanza, reafirmando nuestra vocación de querer ser y hacer una nación con un proyecto histórico común.
Podremos hacerlo si somos capaces de sumar y multiplicar, y no permitir que nos dividan; de transitar hacia la reconciliación mediante la cooperación e integración; de canalizar nuestra responsabilidad ciudadana hacia una democracia que sea verdaderamente participativa; de trabajar por el bien común, promoviendo una economía solidaria con desarrollo integral, asentada sobre estructuras justas a partir de la igualdad de oportunidades; utilizar el principio de subsidiariedad en todos los niveles y estructuras de la organización social, pues el Estado y el mercado no pueden satisfacer todas las necesidades, de allí la importancia y relevancia que adquieren las ONGs, el trabajo en red y los llamados “colectivos” en el fortalecimiento de un tejido social saludable y como usinas generadoras de dirigentes comprometidos y auténticos referentes del sentir y obrar de la ciudadanía, para formar una clase de líderes que enarbole estas banderas como paradigma.
La Paz es uno de los bienes más preciados que una sociedad puede tener, entendida ésta no sólo como ausencia de guerra y conflictos armados, sino también como fruto de una convivencia social basada en el desarrollo sustentable y equitativo.
Por todo esto, como nos dice el Papa Francisco “No nos dejemos robar la esperanza”.
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