sábado, 4 de mayo de 2024

EDUCATIVAS Y CULTURALES

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Escribe: LUÍS DUARTE - Escritor


De pie, con la bolsita de remedios en una mano y la tarjeta de crédito en la otra, espero mi ticket. La empleada que me estaba atendiendo se evaporó.

Pasa una rata entre los demás clientes, y atrás un tipo embanderado en su escoba. Debe ser el dueño de la farmacia, y la carrera es frenética.

Me doy vuelta. Trato de comprender, ya que a mi edad la realidad ha perdido consistencia, toda credibilidad.

Otro cliente le pone el pie, y el tipo cae. El mosaico gana en sangre y el tipo no se mueve. Un chico le pisa la cola a la rata, que corcovea, empuja y se libera. Corre hasta la puerta del negocio. Se para en dos patas, hociquea el vidrio. Se da vuelta y nos mira. Imagino que sólo debe ver paredes con gente dibujada. De tan aterrados que estamos, no sabemos ni dónde meternos. Yo me uní a los que se apoyaron contra los muros, sin saber por qué. La rata se ve exhausta, de no mediar semejante barullo, podríamos escuchar su respiración. Permanece quieta y contra el vidrio.

El griterío confunde a todos. Los trazos de la superficie exhiben las desigualdades. Dos señoras se tapan la cara y rezan. Nadie ayuda al tipo a levantarse. Si alguien se asomara del otro lado del vidrio, vería el local vació, o al dueño tirado en el piso, no más.

El tipo deber sentirse Dios en su peor día: sabe que el espanto y la risa burlona de los clientes han trasformado a la rata en una heroína. Aún así, se levanta. Se pasa la mano por la frente, ríe de su sangre. Empuña la escoba, señala a la rata con la punta. Es en este momento un toro que aborrece a todos los colores. Bufa, putea, y al hacerlo escupe las palabras, que se sumergen en una humedad dialéctica.

Un señor de traje le grita si matás a ese animalito te denuncio en la Sociedad Protectora de Animales. Otro se suma al ultimátum, y agrega que sabe de muchos casos parecidos que terminaron en cana. El tipo se da vuelta, nos mira, lleva el dedo índice a su boca.

— Shhhhhhhh. Cierran el orto, o los escobazos son para ustedes.

Una señora de ruleros se pone a filmar. Varios la imitan. Alguien dice que está transmitiendo en vivo para Facebook. Es un muchacho que tiembla y filma. La epidemia alcanza a casi todos, que sacan los celulares. La de ruleros vocifera que su video ya es trending topic. Lo mira al tipo por arriba de la pantalla: le hace señas de que siga, de que ejecute al maldito roedor.

—Si no —dice—, la gente del otro lado se va aburrir como un hongo.

El tipo mira a la rata, la encuadra, la mensura. Se moja las cejas, saca la lengua. Se aferra a la escoba y, ante el griterío, corre hasta el frente del local.

La rata no se mueve. La colisión es inevitable. El tipo, a muy poca distancia, seguro que ya se imagina entrevistado por Chiche. Sonríe y se zambulle.

Alguien abre la puerta, la rata huye. El tipo vuela a lo Harry Potter, pero sobre el pavimento. Juro que me dolió el golpe. La de ruleros grita que el video ya es viral, y la abrazan. Todos aplauden.

Una vez que apagan los celulares, discuten cuáles eran sus respectivos lugares en la fila antes del incidente.

Yo paso al lado del tipo, que apenas se mueve. Me agacho con dificultad.

—No se preocupe, señor —le digo— al ticket me lo dan mañana.

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