CUENTO DEL BARRIO
AQUEL DOMINGO DE CARNAVAL
Escribe: Norberto Pedro Malaguti. Vecino de Villa Devoto
Vicepresidente de la Junta de Estudios Históricos de Villa Devoto
Juegos de carnaval |
Ya terminadas las batallas, irse a la ducha previa curación de raspones en codos y rodillas por parte de nuestras madres, soplándonos ante el ardor por el alcohol.
Ponerse la ropa sport más elegante e ir con Rubén y Cado a los bailes del Club Renacimiento, por aquellos años en su sede la calle Griveo a pasitos de la avenida San Martin, como podría decir algún aviso radial.
Como había cumplido rigurosamente el retorno a mi casa en las reuniones anteriores, mi padre para mi enorme alegría, me autorizaba a quedarme en el club hasta que terminara el baile.
Recuerdo que el mismo no se extendía más allá de las dos de la mañana.
Allí, presentes los tres, ver que la cancha de básquet estaba convertida en pista de baile, con su contorno de mesas y sillas que los socios debían reservar con anticipación.
Licencia a las noches de básquet, lucha, boxeo, o algún extraño personaje con demostraciones de destreza física.
En general no había muchos disfrazados, nosotros tampoco.
Aquellos bailes inolvidables |
Los bailes de carnaval por esos años el Club ya no lo hacía con orquestas, solo con grabaciones.
No puedo olvidarme que el tema de moda, era “Fumando espero” cantada maravillosamente por Argentino Ledesma, que lo repetían permanentemente.
Pero nuestro tema, el esperado, era escuchar a Bill Halley y sus cometas, con aquel explosivo tema, “Al compas del reloj!” Y allí llegaba nuestro momento, por suerte siempre había una jovencita que se animaba a acompañarnos en toda esa demostración de ritmo, pero sobre todo de malabarismo al bailarlo.
Éramos muy jovencitos, sumando la edad de los tres apenas superábamos los treinta años, nadie soñaba con romances, pero además muchas de las chicas eran hijas de familias conocidas.
Por aquellos años donde la escuela mixta no existía, el contacto con el sexo opuesto era una batalla contra uno mismo, la inexperiencia, las rígidas costumbres, el respeto ilimitado aumentaba seriamente nuestra timidez, una timidez impuesta, extraña, y aceptada con resignación.
Así debía ser.
Además aun faltaban unos años para que apareciera la música que rompiera el hielo, no fueron reformistas, ni transgresores, ni nada parecido, fue si una voz dulzona, con melodía de bolero, era aquel inolvidable Rosamel Araya.
Ceñir con delicadeza la cintura de la compañera, los rostros pudorosamente proximos, ya eso era el paroxismo.
Hasta que llegaba la hora en que las luces del Club, empezaban a entornarse, era el momento de la despedida, las familias se levantaban de las mesas y comenzaba un ritual que parecía nunca acabar, saludar a cuanto conocido había.
Bueno llegaba el momento de regresar.
Mirar con cuidado al cruzar la avenida San Martin aun de doble mano y adoquinada.
Apenas cruzamos, Rubén el caradura de la barra, hijo de un agregado a la Embajada de la India se detiene y nos dice.
Saben, el sábado estoy invitado al cumpleaños de Cristina.
Nosotros también estamos invitados, preguntamos ansiosos.
Su respuesta fue una carcajada estrepitosa que parecía nunca acabar.
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