viernes, 14 de octubre de 2022

OPINIÓN

CAMBIOS


UNA SOCIEDAD POSTPRESENCIAL

Escribe: FRANCO CINALLI


El tan mentado “retorno a la normalidad” resulta un problema. Luego de dos años de pandemia, y con indicadores de contagio bajos, porcentajes muy altos de vacunación y el fin de todas las restricciones oficiales que impuso una pandemia sin precedentes en la historia contemporánea; asistimos a un vacío de propuestas que tomen los aprendizajes que deberíamos haber hecho, gracias a todas las restricciones que tuvimos que atravesar hasta hace muy poco.

A lo largo de la pandemia, hemos escuchado diversas frases como “nadie se salva solo” o “de esta salimos mejores”. ¿qué pasó con esa recreación de un sentido colectivo en un mundo que parece apuntar en la dirección contraria? ¿en qué momento se desdibujaron o incluso se olvidaron esas frases? ¿ya no tienen sentido porque la pandemia “ya pasó”? ¿necesitamos una pandemia para darnos cuenta de que somos uno con la Tierra y entre nosotros? ¿cómo es posible que nos olvidemos tan rápido de tan valiosas lecciones?

Uno de los cambios más importantes que parece haberse asentado luego de la pandemia es la acelerada virtualización de un conjunto cada vez más amplio de actividades, ya sean laborales, educativas, sociales o culturales en una gran y diversa gama.

Esta virtualización trajo consigo una mejora sustancial de la calidad de vida de la población y del ambiente urbano. Basta ver los resultados de diversas encuestas a trabajadores de estos sectores “no esenciales” para corroborarlo. Como así también la percepción generalizada de aire más limpio, entornos públicos más habitables, y hasta una mayor presencia visual y sonora de pájaros. Existen numerosos testimonios y análisis sobre la importancia de frenar una buena parte de las actividades humanas que generan emisiones de gases de efecto invernadero. Uno de ellos puede verse acá.

En septiembre de 2021 Newmark Argentina mostró los resultados de una encuesta realizada a trabajadores de más de 190 compañías en la cual el 67% de la planta elige la modalidad de trabajo híbrido con un fuerte componente de “home office”. No hay razones para suponer que en el sector público esto sería diferente. Los resultados completos de dicha encuesta los podés ver acá.

También un estudio de Advanced Workplace Associates señala que sólo un 3% de los trabajadores prefiere asistir a la oficina los cinco días de la semana, mientras que el 86% quiere trabajar desde su casa al menos dos días a la semana.

A su vez, numerosos especialistas se han expresado en favor de estas tendencias, incluso antes de la pandemia, tales como la abogada Viviana Laura Díaz y el juez nacional del trabajo Julio Grisolía. En el caso de Díaz, ella es la autora del libro “La oficina en casa. Mitos y realidades del teletrabajo” donde demuestra con datos, estudios y sólidas explicaciones conceptuales y constataciones empíricas lo deseable que resulta para el conjunto de la comunidad el teletrabajo como modalidad laboral. Este libro se publicó en 2013 cuando aún una pandemia como la del coronavirus era imposible de imaginar. Más recientemente, esta abogada se ha expresado críticamente acerca del, a su juicio, acelerado retorno a la modalidad laboral prepandémica, incluso en sectores que habían trabajado de manera remota sin ningún problema. Como puede leerse en esta nota.

En el ámbito educativo se pueden ver tendencias similares, aunque en este caso, mucho más condicionadas por el peso inercial de tradiciones normativas. Por lo cual, el regreso a la presencialidad ha sido más considerable, aunque no siempre justificado, ni siquiera en términos pedagógicos. En este sentido, también numerosos especialistas en educación se han expresado en favor de migrar hacia universidades que adopten de forma inteligente una mixtura entre actividades y clases presenciales y a distancia. La mayoría de estos considera, en general, que se trata de dos instancias del proceso de enseñanza-aprendizaje que se pueden retroalimentar positivamente a medida que docentes y estudiantes lo consideren necesario. En ningún caso se aboga por una presencialidad o una virtualidad totales, dejando de lado todo fetichismo posible.

Entre los numerosos autores que abonan por este paradigma se encuentran la Doctora en Educación Mariana Maggio, Hugo Pardo Kuklinski y Cristóbal Cobo, Silvia Andreoli y Diana Mazza, entre tantos otros.

Asimismo, quiero expresar mi preocupación ante el avance irreflexivo, regresivo, nocivo para la salud física y mental del grueso de los trabajadores y para el ambiente y calidad de vida urbanos de esta presencialidad innecesaria. Creo que todavía estamos a tiempo de generar políticas públicas que rescaten todos los aportes y enseñanzas positivos que nos ha facilitado la pandemia. Los datos que respaldan esta afirmación son contundentes.

Por todas estas razones, creo yo que mantener a distancia todas las actividades posibles, necesarias y deseables es algo bueno para el conjunto de la sociedad. Por supuesto, siguiendo la jurisprudencia vigente, toda forma de teletrabajo o teleeducación debería ser voluntaria y preferencial; pero a su vez, debería estar garantizada si es que el trabajador o el estudiante así lo desea, prefiere o necesita. Es, sin ninguna duda, un aporte individual que repercute en un bienestar colectivo. Por si hace falta explicarlo, menos personas circulando en la calle, aún sin pandemia, permite un tránsito más fluido, una conducción más placentera y segura, menor riesgo de accidentes, menos estrés, malestar y violencia social, mayor comodidad en el transporte público, menores niveles de interferencias por obras, menos smog y ruido, una mayor eficiencia energética global, menor exposición a la inseguridad, mayor ahorro en gastos de transporte, alimentación y vestimenta, mayor productividad por ahorro de tiempos improductivos, mayor disponibilidad de tiempo y energía para actividades recreativas, familiares y ambientales (entre las cuales podemos destacar el dedicarse a una mejor alimentación). Sin mencionar los beneficios que también han reportado las empresas por todo esto. Este nuevo paradigma al que nos invita -y yo agregaría, casi que nos obliga- la pandemia lo tenemos enfrente de nuestras narices. Da la impresión de que nunca fue tan sencillo dar el salto. Si a todas las razones mencionadas más arriba agregamos la movilidad sustentable, el mayor uso de la bicicleta, del transporte público y todo el conjunto de políticas “verdes” que ya tenemos en nuestra caja de herramientas, más otras que creativamente podremos generar, el resultado estará a la altura de las circunstancias y tal vez nos libere de otras pandemias.

Esto último nos remite a otro de los ejes de la postpresencialidad. Que la mayor proporción de los desplazamientos posibles deberían ser de carácter voluntario. Cuando a fines de 2020 y comienzos de 2021 el Estado Argentino decretó el fin de la cuarentena, fue sin duda una buena noticia en el sentido de que podíamos salir de la casa si así lo deseábamos. Pero todavía en ese momento no había, en una buena parte de empleos y de centros de estudio, un retorno a una presencialidad obligatoria, lo cual a muchos nos hacía pensar: “¿Para qué tendríamos que volver a eso?” O por lo menos, que ese regreso no fuese de manera total. Esto es así ya que pudimos percibir durante todo 2020 que habíamos ganado un montón de cosas buenas para nuestra vida que ahora -y creo yo, con todo el derecho del mundo- ya no estábamos dispuestos a abandonar. Es sin duda una herida enorme que hayamos tenido que pasar por una pandemia tan dolorosa para darnos cuenta de esto.

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