EDITORIAL
EDUCAR PARA EL FUTURO
Escribe: Lic. MÓNICA RODRIGUEZ
Vivimos en un mundo en permanente cambio. La revolución tecnológica ha traído aparejada, entre otras cosas una revolución en el acceso a la información y en las comunicaciones. Este torbellino de transformaciones tiene tal profundidad que trasciende los procesos económicos y productivos para trastocar todo el sistema de valores, instituciones y creencias hasta hace poco conocido y dar paso a una nueva concepción del mundo y de la vida. A la cantidad se suma la velocidad y aceleración de los cambios magnificando un impacto que la humanidad aún no puede mensurar en sus verdaderos alcances y perspectivas.
Todo contribuye a que se acrecienten las incertidumbres, se pierdan las certezas y el orden conocido hasta el momento sea puesto en tela de juicio. Asistimos a una profundización de las diferencias en el desarrollo económico y social de los pueblos porque mientras los beneficios de la revolución tecnológica permiten al 20% más rico de la población mundial ingresar a la nueva era, la mayoría de las personas permanece excluida de estos beneficios.
Así, todas las instituciones de la sociedad -Estado, Iglesias, Sindicatos, ONGs, Organismos internacionales, Empresas, Escuela, Familia, etc.- entran en crisis y se ven obligadas a repensarse en cuanto a su misión y las nuevas formas organizativas que requieren para cumplir con su finalidad.
Como dijimos, la escuela no escapa a la crisis, con la particularidad que es en ella y a partir de ella donde deberán buscarse y podrán encontrarse los nuevos caminos que garanticen la igualdad de oportunidades, condición indispensable para el desarrollo equitativo y la paz social.
Algunos países han comprendido los desafíos que impone el mundo actual, han acompañado este proceso transformador y han sido capaces de “subirse al tren del desarrollo” a partir de sistemas educativos adecuados para responder a los requerimientos de la nueva era.
En nuestro país se avizoran algunos intentos que no han rendido los frutos esperados. Destinar el 6% de PBI a Educación y sancionar la ley de Educación Nacional no fueron suficientes como para remontar el exiguo resultado que muestra que tan sólo 38 de cada 100 chicos que comienzan completan los 12 años de escolaridad obligatoria fijados por la ley. Tampoco podemos esgrimir calidad educativa en el contexto de los exámenes PISA. En su última edición (2012), nos ubica en el puesto 59 de los 65 países que participan, con el agravante que también estamos en el “fondo de la tabla” en relación a Latinoamérica, superando sólo a Perú, Colombia y Uruguay.
La Argentina, que alguna vez fue un faro en América Latina en materia educativa, está atenuando su luz.
Educar para el futuro es encontrar las claves que nos permitan armar un nuevo sistema educativo que responda a las necesidades de la época, que sea capaz de proyectar a los niños de hoy a exitosos hombres del mañana y permita al país plataformarse al desarrollo sustentable. Desafío no menor que implica la necesidad de poner “toda la carne en el asador”, como diría un buen paisano. Esto es, generar un gran debate nacional en el marco de un Congreso Pedagógico que congregue a los mejores académicos de nuestro país, a todas las instituciones –gubernamentales y no guberamentales, públicas y privadas- que representen los intereses y las miradas de los diferentes sectores de la sociedad, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que deseen aportar a esta gran causa común y la necesaria consulta a hombres probos con reconocimiento internacional.
La educación es para Argentina la madre de todas las batallas, no por nada nuestro prócer máximo dijo que ella era el ejército más poderoso para pelear por nuestra soberanía.
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