lunes, 26 de mayo de 2025

LA OPINIÓN DE ESPECIALISTAS

EDUCACIÓN


CUANDO LAS PALABRAS NO SOBRAN…

Escribe: Lic. MÓNICA MABEL MARTÍNEZ


Cuando tenía 14 años, la profe de Literatura me dio para leer La vida es sueño de Calderón de la Barca. El propósito era levantar el paupérrimo promedio que tenía en la materia.

Lo hice; fue duro pero terminé la tarea y, a mi manera, lo entendí. Aclaro que no es un libro extenso pero bastante complejo por los personajes y sus diálogos. Es literatura barroca y me esforcé en entender cada uno de los roles, la trama, el contexto y el mensaje.

A la hora de comunicarle a mi profesora que había cumplido con lo acordado, ella propuso que se lo cuente a la clase , o sea, a mi público.

En mi cabeza lo tenía todo ordenado, pero al querer explicarlo en voz alta, se complicó. Todo lo que temía que pasara, pasó.

Nadie entendía nada, se reían, bostezaban y, los más amables, fingían comprender y hasta disfrutar de mi penosa exposición.

Imaginen el efecto que habrá causado en mí, que todavía siento esa sensación de querer desaparecer o morirme, que lo mismo daba.

Años más tarde, en la facultad, surgieron iguales escenarios sólo que ya había adquirido ciertas habilidades, como por ejemplo el camuflaje. Cuando tenía que exponer, encontraba la manera de hacerlo en grupo y pasar lo más desapercibida posible. Hasta que tuve una materia llamada Oratoria y un maestro que amaba darla.

Desde ese momento, fue un viaje de ida. Aprendí la importancia de cada palabra, de cómo reacciona nuestro cuerpo cuando estamos atravesados por una emoción, a ordenar en mi cabeza conceptos a la hora de improvisar. También aprendí a escuchar. Si, a escuchar ya que muchas veces es más importante que lo que tenemos para decir. A mirar a los ojos, a calmar mis nervios y a practicar en voz alta para tomar dimensión del tiempo que llevará mi presentación, discurso o charla.

A mi modo de ver, enseñar a hablar en público implica abordarlo de forma sistémica, intentando no dejar nada librado al azar.

Por lo tanto, en los encuentros que dicto, tomaremos en cuenta la imagen: qué ve la persona con la que estoy interactuando, qué percibe, qué le transmito, qué me gustaría que piense cuando me estoy comunicando.

También la forma en que nos expresamos, el vocabulario, el armado de frases cortas, armoniosas y entendibles. No tenemos que hablar difícil para impresionar; mejor utilizar los recursos que tenemos a la mano para darle veracidad y elocuencia a nuestro discurso.

Tampoco podemos dejar de mencionar lo complicado que se nos hace cuando alguien se va por las ramas, habla sin respirar o monopoliza una reunión generando fastidio a los que escuchan. Si queremos dejar una buena impresión, más vale bueno y breve, no?

Para cerrar, me gustaría reflexionar sobre cuál es el fin de la oratoria. Si vamos a la definición, sabemos que es el arte del buen decir y nos valemos de hablar bien para persuadir, convencer, informar, enseñar y conectar. Más yo me quedo con otro verbo: deleitar. Oratoria es el arte de deleitar con la palabra, de generar deseo y entusiasmo, en nuestros interlocutores, de seguir escuchando lo que tenemos que decir. Creo que de eso se trata.

Los invito a explorar juntos el mundo de la comunicación desde la propia experiencia para que hablar en público ya no sea una asignatura pendiente.

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